Señor, ¿qué quieres hacer de mí?


 A tu mandato germinó la naturaleza, existieron plantas y árboles con sus semillas para perpetuar las especies. Los ríos corrieron obedientes al mar para enriquecerlo y adornarlo. Todos los elementos se ofrecieron voluntariamente al servicio del hombre y se brindaron sin envidia, condiciones o interés. Esto vino como consecuencia de tu amor al género humano.

 

Sin embargo, no he correspondido a tu amor ni a tu generosidad. Yo sí pongo condiciones, he obrado por interés y tengo envidias. Mi corazón es pesado y duro. He sentido lo que es el orgullo, el egoísmo, la negligencia, la autosuficiencia, la codicia, la lujuria, la venganza, el rencor, la hipocresía, la traición, en fin, casi toda clase de inclinaciones y actitudes pecaminosas.

 

Me burlé de la sensibilidad de muchas personas, a veces de manera directa, y otras, indirectamente.


Cuando me vi en situaciones difíciles y me ofrecían  ayuda, muchas veces no acepté ese gesto, basado en la idea de que yo no estaba en esa situación (psicológica, espiritual o material). Siempre me consideré autosuficiente, aún en medio de las dificultades. Sentí con frecuencia fastidio, cansancio, hastío, desesperación, resistencia, rechazo, hacia muchas personas. Con frecuencia me apartaba de ellas bajo una carga emocional muy fuerte, como con deseos de aplastarlas y apartarlas de mi vida para siempre. Esto ocurrió con respecto a mi familia y a otras personas, durante muchos años.


Como consecuencia de ello, me aislé voluntariamente del ambiente social, porque sentía más desesperación al participar en él, que encerrándome en mí mismo. Desperdicié tiempo, esfuerzos y oportunidades de obrar convenientemente, de tender la mano, brindar apoyo, al menos con una sonrisa. Sentía por dentro una mezcla de angustia, frustración, resentimiento, culpa y fracaso, por saberme voluntariamente al margen de las personas, y al mismo tiempo, por no tener una claridad acerca del sentido de mi vida.


Nunca pude tener un discernimiento claro acerca del  sentido de mi existencia en el mundo. Como no tenía la dimensión trascendente de la espiritualidad, me encontraba frecuentemente en laberintos de cuestionamientos circulares que no conducían a ninguna parte y me generaban altos niveles de frustración. Me volví una persona amargada, y les echaba a los demás la culpa de ello. Me vi envuelto en sofisticados juegos mentales para salir victorioso de todas las que consideraba "trampas" contra mí. Desarrollé complejos mecanismos psicológicos para justificar mi situación y neutralizar los argumentos contrarios. Esto "funcionó" eficientemente durante mucho tiempo, pero, al final, la contundencia de tu amor desbarató todo este andamiaje y me permitió, con dolor, y sacrificio, desear ser liberado y sanado por ti.

 

Un tiempo antes de llegar a ese punto de quiebre, me sentí dividido por dentro, con un dolor desgarrador y una impotencia absoluta. Asombrosamente, tenía una clara conciencia del paso del tiempo, por lo cual, aumentaba ostensiblemente mi desesperación. Viví muchos años "atrapado sin salida", casi como sobrellevando apenas la vida.


Escuché palabras de ayuda, reflexiones, críticas, recomendaciones, advertencias, amenazas, recriminaciones e intentos de ayuda por parte de muchas personas, empezando por mi familia, pero me sentía embotado, paralizado, inmerso en la fuerza poderosa de mi caos interno, por lo cual no podía entender, aceptar y recibir esos salvavidas que Tú me lanzabas esporádicamente a través de esas personas. Estaba convencido de que yo tenía razón, y que los argumentos de los demás eran simples pataletas, banalidades, obstáculos, piedras en mi camino.


Me negué repetidamente a rendir cuentas de mis actos y recuerdo que en diferentes momentos de mi vida hice llorar a mi madre. En esos momentos sentí rabia por lo que ella me decía, pero, unos segundos después, sentía una opresión de conciencia indescriptible. Adaptando un poco las palabras de San Pablo, hacía el mal que no quería, y al mismo tiempo hacía el mal que quería.


Con el paso del tiempo construí un muro de silencio frío e invisible hacia mi familia. Era un silencio agresivo, hiriente, desafiante y perturbador. Descalifiqué a muchas personas e hice las veces de juez. Nunca di la oportunidad de concederles el beneficio de la duda en los juicios implacables que pronuncié en mi corazón contra ellas. Por supuesto, todo eso contribuyó a generar en los demás unos conceptos negativos acerca de mí, algunos de los cuales, al menos parcialmente, subsisten hasta el presente (*1991), por lo cual, siento una mezcla de tristeza, dolor y frustración, al haber dejado pasar los mejores años de mi vida en semejante barrizal.


Sé que todas esas tendencias, inclinaciones y actitudes fueron muy intensas y ejercieron  una influencia poderosa sobre mi voluntad y obnubilaron mi entendimiento. Condicionaron mi conciencia y me hicieron ver cosas buenas donde no existían y manipularon muchas circunstancias y  personas para no dejarme ver la raíz de la cual provenían. Ahora lo sé, gracias a Ti, pero en esos momentos, todo lo que me sucedía y vivía, no tenía ni pies ni cabeza.


Tú sabes que me vi involucrado en actitudes y comportamientos pecaminosos, inadecuados e inoficiosos. Cultivé sistemáticamente actitudes rígidas y orgullosas, autosuficientes y arrogantes. Dije cosas imprudentes, ofensivas, irónicas y ordinarias. Sentí rencor, deseos de venganza, ira, egoísmo, apegos, amarguras, susceptibilidades y dureza en mi corazón.


Muchas veces hice todo esto considerando que estaba en mi legítimo derecho de obrar de esa manera y que no había lugar a rectificaciones. Los conceptos del mundo me invadían completamente y reforzaban tales actitudes. Fui dependiente de muchos "amigos" que alentaban engañosamente mi voluntad. Realmente, en el fondo, creo que solamente buscaba ser aceptado y reconocido por los demás. Sufrí mucho debido a mis inseguridades, a mis debilidades de carácter, las cuales todavía persisten, y creo que eso pudo traducirse en las actitudes que asumí, buscando tal vez seguridad y protección.


En todo caso, esos pecados me condicionaron repetidamente a lo largo de mi existencia, a pesar de la terrible pesadez que dejaron en mi alma y de los fugaces deseos de cambio que experimenté ocasionalmente. El combate espiritual, desde entonces, ha sido sin cuartel, con angustias, sacrificios, retrocesos y avances. Gracias a ese proceso que permitiste en mí, puedo entender bastante mejor la diferencia entre un remordimiento y un verdadero arrepentimiento.


Sé que es humanamente imposible liberarme totalmente de esas inclinaciones, pero a pesar de esto, quiero que mi corazón se decida a cambiar, a ser agradecido y a tener compasión. Ya he enfrentado la astucia del mundo, que quiere hacerme retroceder nuevamente a esos lamentables estados de vida, pero escojo voluntariamente seguir adelante con el reto que me propones, luchar en la medida de mis capacidades contra todo el lastre que aún subsiste en mí.


Quiero, teniendo en cuenta mi rigidez anterior, ser compasivo con mis semejantes, especialmente con la dureza que me dejas ver y percibir en ellos. Ahora entiendo que esto se presenta en muchos casos, no con mala intención, sino como consecuencia del curso de procesos inadecuados en ellos, como por ejemplo, la ignorancia de los efectos que producen muchas de sus actitudes en las demás personas.


No quiero olvidar esta verdad que me muestras. Quiero tener en mi memoria los beneficios que he recibido de tu amor y de tu clemencia infinita. Quiero recordar que tantos favores y dones que me has dado, no han sido solamente para mí, sino también para mis hermanos, pues a todos extiendes tu Divina Misericordia.


Toma mi humanidad imperfecta y pecadora,  y te pido que lo hagas a través del Corazón Inmaculado de nuestra Santa Madre.


Instrúyeme en Tu Divina Voluntad todos los días de mi vida, en las pequeñas y grandes cosas, en lo espiritual y material, a tal punto, que tu Santo Espíritu descienda sobre mí, queme todo lo que hay de inadecuado, me confirme en el querer Divino y haga que mi voluntad se una, de una vez y para siempre, a la tuya.


Soy pobre, lo sé, por eso te presento la vida, los méritos de tu Divino Hijo y todo lo que padeció la Inmaculada Virgen María a partir del sufrimiento de su Hijo.

 

Gracias, Señor! 

  * 1991: Año en el cual escribí este documento, después de haber leido el escrito de la religiosa mística.

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