Señor, ¿qué quieres hacer de mí?


Admiro tu humildad al descender a mi naturaleza imperfecta y habitar en ella. Eres infinito en Misericordia, tu amor no tiene límite. Me atiendes y asistes como a muchas otras almas que te reciben y anhelan y te recreas en cada una como si sólo ella existiera.


Así, como si sólo yo existiera y sólo por mí hubieras venido al mundo y sufrido hasta la muerte, así debo y quiero esforzarme para darte gracias por tu generosidad.


Me impresiona darme cuenta que Tú, el mismo Dios, infinito en atributos y eterno en majestad, que bajaste a tomar cuerpo humano en la Santísima Virgen María, me buscas, me entiendes, te entregas a mí completamente, como si yo fuera la única criatura tuya.


Esto me sobrepasa y obliga a convertir mi admiración en actos concretos de fe y de amor, pues todo te lo debo a Ti, mi Señor, que te dignaste venir a mí cuando no te pude buscar ni alcanzar.


Todo cuanto me puedes dar fuera de Ti mismo puede parecer mucho si lo miro con la inteligencia y el afecto humano, sin fijarme en lo más elevado y superior, pues tu poder creador provee y facilita el desarrollo y consecución del beneficio que obtenemos de la creación en toda su riqueza y esplendor. Además, es verdad que cualquier beneficio o gracia, don, carisma, regalo espiritual, físico o material que venga de tu mano, es grande y digno de estimación. Pero si pienso en Ti y te conozco con la luz que me das, y sé que con esa luz me hiciste capaz de conocerte, entonces veo que si no vienes a mí, si no me acoges en Ti, por muy grande o milagroso que sea todo lo creado y recibido, viene a ser nada, y sólo tengo alivio sabiendo que Tú te dignas descender a mi estado para enaltecer mi pobreza y hacer conmigo tu oficio de pastor, padre, amigo y hermano fidelísimo.


Todo esto lo haces por tu amor dulcísimo y eres generoso  en tus regalos, en los trabajos que me confías, en la luz que tu ciencia divina ha encendido en mi pecho para conocer la  grandeza de tu ser, lo admirable de tus obras y misterios más ocultos, la verdad de todo, la apariencia y fugacidad de lo visible.

 

Te siento como Dios infinito, amoroso e inagotable. Que en tu palabra, en tu enseñanza y disciplina esté la paz y la luz de mis ojos.

 

Gracias, Señor!.         A M É N 

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